Volver a Palestina

No conozco a nadie que después de haber estado en esta tierra no desee volver aquí. Todas y cada una de las personas con las que he compartido experiencias, han vuelto a su país con la idea de volver a Palestina. Esta tierra y su gente no te deja indiferente. Es imposible pasar por aquí sin dejarte un trocito de ti. Cuando te vas de aquí después de haber recibido tanto, de haber sentido tanto, llegas a tu casa y te encuentras descolocada, te cuesta centrarte y sólo tienes un tema de conversación. Lo explicas todo con detalle, con pasión, para no dejarte nada, porque te han pedido que así sea.

Una vez han pasado los meses y tus historias se han vuelto más sosegadas, pero igual de intensas, igual de importantes. Aunque las cuentas de otro modo y ya puedes contener la emoción, no lloras cada vez que evocas la historia de alguna persona que te abrió su corazón, pero sigues sintiéndolas dentro, sigues teniendo las imágenes y las voces tan frescas como el primer día.

Cada vez que piensas en volver se te encoge el corazón, porque siempre tienes la duda de si será posible, otros lo han intentado y no lo fue. Entonces, decides no dudar, ni pensar más en ello,  pones una fecha y compras un billete de avión con una amiga, a la que le apasiona tanto o más que a ti la idea de volver y esperas a que llegue el momento.

Sin saber como, te encuentras preparando de nuevo un viaje que creíste que harías una vez en tu vida, pero que deseaste repetir. Esta vez no es el viaje lo que te emociona, porque está lleno de dificultades, impedimentos. Esta vez, el objetivo es llegar, estar allí. Por eso el viaje se hace largo, horas antes en el aeropuerto, porque los vuelos a Tel Aviv así lo exigen, vuelo con escala, controles, preguntas,  más controles. En la última cola donde esperas para que te concedan o no tu visado es donde los nervios se ponen más a flor de piel, porque sabes, que dependes de la buena fe o del humor del funcionario o funcionaria de turno para poder entrar a esa tierra. Ya te toca, eres la siguiente, respiras, sonríes y das tres pasos firmes, seguros, pocas palabras, sonrisa mantenida y visado en la mano. Mientras recoges tus maletas te tiemblan las piernas, necesitas sentarte un minuto, ya estás aquí. Ahora, sólo falta el último tramo, un bus hasta Jerusalem y de allí uno a Ramallah, pasando, como no, por el check point de Qalandia. 

El camino en bus no es como la primera vez, entonces llegué de noche y además no era consciente del paisaje que me rodeaba, ahora lo soy. Miro a los lados de la carretera y veo carteles rojos de peligro árabes, alambres de espino, muros de hormigón. Segregación, apartheid.

Mi mirada no es la misma, ahora sé muchas cosas, conozco el sistema. Aún así intento mirar con ojos neutrales a una sociedad que convive sin convivir, que se tolera sin tolerarse. Qué pensará ese señor con su gorrito y sus rizos ortodoxos que camina por las calles de Jerusalem donde viven árabes musulmanes. Qué sentirá esa señora de 90 años que ha vivido una vida de calamidades y que morirá sin ver cambiar la situación. Y esos niños, que corren por los parques, que juegan en los patios del colegio, educados desde el odio y la discriminación. Con qué ojos ve este país, el turista que se sienta a mi lado en el bus y que acaba de llegar. Y el conductor judío del bus que nos lleva al barrio árabe de Jerusalem y nos sonríe al darnos la maleta, estará de acuerdo con que al otro lado del check point la gente tenga prohibido subir a ese bus, tomar ese avión, vivir su vida libremente... Es imposible mirar a mi alrededor con la inocencia que lo hice el primer día, mi mirada es crítica, pero también más realista.

Me subo en el bus a Ramallah, y cruzo el check point. La primera vez me impactaron sus muros de hormigón, sus torres de control, hice fotos, grabé vídeos. Ahora, sólo lo veo de fondo, para mí los protagonistas son las gentes que van de un lado a otro, en bus, andando o en sus coches, cada día hacen ese trayecto si se les permite, para poder ir a trabajar o a la universidad. Quien tiene la "suerte" de poder cruzar el check point, debe sufrir cada día las calamidades de colas interminables, de controles arbitrarios. Pero allí están, con sus vidas, con sus sonrisas, con su dignidad. Viviendo, que es de lo que se trata. 

Después de un largo rato, llegamos al centro de Ramallah y un taxista muy simpático (lo normal en Palestina) nos lleva al hotel. Sentadas en el taxi, suspiramos y chocamos los cinco "por fin en casa". Así es como te hace sentir la vuelta a Palestina. A pesar de que sabes que los días aquí no son fáciles, porque es imposible no ponerte en la piel de quien te acompaña de quien te guía y sufrir lo que sufren diariamente. Sabes que vas a llorar mucho, pero también te vas a llevar contigo todos aquellos momentos que compartes, las lágrimas, las sonrisas, mezcladas, ocupando el trocito que dejas aquí de tu corazón, para que Palestina no te olvide.

Primera noche, respiro y cierro los ojos. Estás en casa, estás de vuelta en Palestina.




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