27 de agosto. Última noche en Palestina.


Estoy sentada en el sofá de un hostal, delante de la puerta de Damasco, una de las puertas en la parte árabe de la ciudad antigua de Jerusalén. No sé en qué pensar, por mi cabeza pasan cientos de imágenes, voces, olores, colores. Me quedan unas horas para ir hacia el aeropuerto. Estoy nerviosa, porque mis compañeras y compañeros, que se fueron antes, me han explicado sus experiencias. Me siento idiota guardando los souvenirs en la maleta, escondiéndolo todo bien, para que no me tomen por terrorista. Qué absurdo! 

Aquí llevar una banderita de palestina, o alguna cosa escrita en árabe, puede acarrearte un interrogatorio sin fin con preguntas absurdas hasta que el personaje se canse y te deje pasar. Guardo mis compras en la maleta que voy a facturar con la esperanza de que después de los controles todo llegue intacto, no se pierda nada. Si algo desaparece, tampoco me importará, porque lo más importante está en mi mente y en mi corazón. Todos los recuerdos de los momentos que he vivido los tengo bien guardados, nadie me los puede robar y pienso compartirlos. Lo he prometido.

He mirado a los ojos a las personas con las que he hablado, mientras las escuchaba contarme sus historias de vida y he prometido que las compartiría. Que todo lo que hemos vivido aquí, todo lo que hemos aprendido de ellas y ellos no se iba a quedar para mí, sino que intentaré que llegue al mayor número de personas posible. Eso es lo que me han pedido. Y es lo que sé que necesitan.

Palestina no es sólo Gaza, con su destrucción y su bloqueo. Palestina es mucho más. Es un país en desarrollo, en el que sus habitantes trabajan, estudian, salen, se reúnen, celebran fiestas, compran, venden, viajan, cultivan. Los niños de Palestina van a la escuela, tienen juguetes, tienen libros. Palestina no necesita caridad, no necesita que mandemos contenedores de juguetes ni de comida. Las mujeres palestinas no necesitan que las europeas vengamos a liberarlas ni a enseñarles cuales son sus derechos. Las mujeres y hombres palestinos y los niños conocen sus derechos, y luchan por ellos.


Lo que Palestina necesita no es ayuda es cooperación. Lo que quieren los palestinos no es dinero, es responsabilidad. Empecé mis días aquí escribiendo sobre esa palabra. Porque nuestro amigo Abbas la remarcó. Fue la primera frase que se me quedó grabada y la más repetida por todas las personas con las que hemos hablado. "Necesitamos que la comunidad internacional se comprometa, que nos apoyen, que digan a Israel que esto no está bien".  "Que dejen de mirar hacia otro lado" "Queremos vivir dignamente". "Sólo os pedimos que expliquéis lo que habéis vivido aquí". 

Y eso es lo que pienso hacer. Pienso explicar todas y cada una de las historias que me han contado a todas y todos los que quieran oírlas o leerlas y a los que no quieran, también. Me oirán, porqué no pienso callarme, no pienso suavizar ni una sola palabra. Y estoy segura de que no podré evitar contener las lágrimas cuando explique las historias, porque cada vez que pienso en ellas se me hace un nudo en la garganta y se me llenan los ojos de lágrimas.

Tengo un amigo que dice que las mujeres somos muy emocionales. Yo lo soy, siempre lo he sido, pero es que os aseguro que aquí es imposible contener las emociones. Cuando tienes delante a personas que han nacido bajo la ocupación y que han sufrido la discriminación y la violencia, que vieron como sus padres la sufrieron y que piensan en el futuro de sus hijos, en como romper ese bucle. Cuando ante una valla de seguridad de un asentamiento un palestino te explica como le robaron sus tierras, como le envenenan la cosecha y le queman los cultivos. Cuando un joven en un campamento a punto de ser derribado se sienta y te explica lo que fue su pueblo y lo que queda de él. Cuando una mujer te cuenta como su marido y sus hijos han estado en prisión durante años y como ella defendió su casa de los ocupantes. Cuando te piden que vuelvas, cuando te dan las gracias por estar aquí, por escucharlos y por contar sus historias. Cuando te sonríen con esa tristeza de fondo. Cómo vas a ocultar tus emociones, cuando les dices un hasta pronto inshallah, sin saber si volverás a verlos de nuevo.

Sólo espero que mis lágrimas no hayan entristecido a nadie. Espero que recuerden mis sonrisa y mis palabras, a pesar de que ha sido difícil expresarme sin llorar. Espero haber dejado un buen recuerdo en la vida de todos y cada uno con los que me he cruzado. Espero que su recuerdo de mí sea una décima parte de lo que ellas y ellos han dejado en mí. 


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