25 agosto. El retorno



Aún me quedan 3 días en estas tierras y ya las estoy echando de menos. Ha pasado un mes, ¿quién lo diría? Parece que fue ayer que estaba preparando el viaje y pensaba que 28 días eran muchos, que tendría tiempo más que suficiente para conocer la situación aquí. Qué ingenua soy. Es cierto que en pocos días, mi casi total ignorancia sobre la verdadera situación que viven los palestinos, pasó a ser menos. He visto, oído y sentido muchísimas cosas. Soy ahora un poco más consciente de qué es vivir en Palestina, pero me queda tanto, tanto por ver, sentir y aprender que estoy segura de que volveré.

Volveré si me lo permite la gente que controla las fronteras. Esos que, a su total discreción, te controlan las maletas, te interrogan y te deniegan la entrada o salida cuando les parece indicado, sin necesidad de una justificación real.

Puede parecer que soy exagerada, pero no es así. Si habláis con cualquiera que haya viajado a Israel, os contará alguna anécdota sobre algún control o check-point Y no me refiero a ciudadanos palestinos, ni a personas involucradas en la defensa de los derechos humanos, si no a cualquier turista de a pie.

En mi entrada por el aeropuerto, me hicieron un par de preguntas sin importancia, hubo suerte. Cuando salimos de aquí para ir a Jordania por una frontera terrestre nadie me preguntó nada, pero la vuelta fue otro cantar... Antes de llegar a la frontera, tal como se entiende, pasamos un sin fin de barreras y controles en autobús, nos miraron el pasaporte no sé cuántas veces. Luego vino lo divertido, en la frontera hay una especie de check-in de maletas, allí empezaba el k.o.s. No había filas organizadas y había que colarse por donde se podía. Las personas que trabajaban en las ventanillas eran de lo más seco que te puedas echar a la cara y mientras esperábamos, vi como tratan a los palestinos que cruzan la frontera, con su pasaporte en regla, igual que yo. Les hablan de manera desagradable, incluso les gritan, les tiran el pasaporte de modo despectivo y al siguiente.

Decidimos cargar con nuestras maletas. ERROR. Las mochilas, bastante pesadas, eran un incordio en las colas en las que se agolpaba la gente acalorada y agotada. Pasamos el primer control de pasaporte, te preguntan tu nombre... está escrito en el pasaporte, no pasa nada lo digo con una sonrisa. Adelante. Siguiente cola, tipo zig zag. Control de equipaje y arco detector, de nuevo el pasaporte. Paso yo, mi mochila se queda retenida. "Security control" ok, viene el señor del gorrito y coge mi mochila junto con otras y se la lleva. "Sorry, is my bag" "don't worry we came back". Que no me preocupe que volverá, se lleva mi mochila para registrarla sin estar yo presente y sin darme ningún tipo de papelito para poder reclamarla... a esperar... Vuelve, me la deja allí en un carrito y listo. Siguiente control de pasaporte, nos interrogan sobre cuantos días llevamos allí, qué hemos visitado, qué día nos vamos a ir, etc, etc. Sonrisa y respuestas cortas. Adelante. Siguiente control... El último y al autobús. 

Todo es más sencillo cuando en el último control la policía palestina te revisa el pasaporte y te permite la entrada con un "marhaban" bienvenidos. Gracias! estoy como en casa! 

A mí que haya controles en una frontera me parece de lo más normal. Pero esto ya me parece un cachondeo, creo que ni siquiera es obsesión por la seguridad, simplemente es poner trabas al paso de personas al territorio palestino. No sólo a los ciudadanos de allí sino también a los turistas, a los interesados. Quieren que la gente lo cuente y se les quiten las ganas de venir. Esa es mi impresión. Creo que se pasan por el forro los derechos humanos y todas las leyes coherentes del mundo. En nuestro país, hay algunas personas, trabajadores públicos que se saltan las normas, pero por lo general, el funcionamiento de nuestro sistema es totalmente respetuoso con los derechos humanos. En el aeropuerto de Barcelona, si te han de registrar el equipaje lo hacen delante tuyo y no es decisión de un trabajador el hecho de que tu pases o no la frontera. Existen leyes, y tienes herramientas para reclamar y defenderte. Aquí no. Aquí estás totalmente expuesto al libre albedrío de personajes, la mayoría críos que no llegan a los 25, a los que les han dado un cargo y un gorrito y creen que son los amos del reino. Se llevan tu mochila y no sabes que hacen con ella y tienes que sonreír. Te prohíben el paso y tienes que sonreír y morderte la lengua. Y no se te ocurra hablar en árabe, si no quieres un interrogatorio de primer grado.

En Jordania conocimos a un chico japonés que nos contó que le han prohibido la entrada durante 10 años, porque al estar tres meses allí (estudiando), sospechaban que trabajaba de manera ilegal y por lo tanto, no es bienvenido. Y nosotros nos vamos el viernes y no sabemos si nos dejaran volver. Eso me preocupa y hace que estos días tenga un nudo en el estómago al pensar en si será esta la primera y la última vez que recorra estas calles, que comparta la vida de estas personas. Tengo la esperanza de que todo irá bien y podré volver. 

Si yo me siento así, que no he nacido aquí, que esta no es mi tierra, que no tengo aquí a mi familia a mis amigos, ¿cómo se sienten los millones de palestinos expatriados que viven fuera y que no tienen permiso para volver? Generaciones de familias que dejaron sus casas huyendo del conflicto, obligados, expropiados, que han creado una vida en otro país que han formado familias, pero que llevan en su corazón esta tierra sin saber si podrán pisarla algún día.

En Jordania conocimos a una chica, hija de palestinos, que con lágrimas en los ojos nos dijo que ella nunca ha visto la tierra de sus padres, y ellos tampoco pueden volver. Y como ella he conocido a tanta gente...

De eso se trata el derecho al retorno. Ese derecho por el que luchan los palestinos, entre otros muchos derechos que se les han arrebatado. Derecho que muchos no han podido ejercer antes de morir.


Por ellos y por los que han nacido fuera y quieren conocer su tierra, sus orígenes. Por los que están aquí y no pueden moverse libremente. Por los que luchan porque la sociedad no se duerma, porque todo cambie, por vivir con dignidad, por resistir. Por todas esas personas, creo que mis días aquí han merecido la pena, con todos sus momentos, buenos y malos, con sus sonrisas y sus lágrimas. Cada uno de los segundos que he pasado aquí está grabado en mi mente y en mi corazón. Y por todas esas personas comparto esto con vosotros. Para que no se quede aquí, para que no sea una experiencia personal y punto, para que no se olvide, para que no se borre.

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