Todo se ve diferente a este lado del muro. A este lado del muro, todo está lejos, todo es más difícil. Cuando quieres salir desde este lado del muro, necesitas permisos, los controles se eternizan, cuando vuelves, las puertas están abiertas, nadie te pregunta a dónde vas.
A este lado, el muro está lleno de pintadas, a veces simples dedicatorias, pero la mayoría pintadas reivindicando dignidad, libertad. A veces el muro se convierte en una valla publicitaria. Otras es el alambre donde se pinchan las pelotas de los niños.
Otras veces, el muro es un lugar sin salida, donde se amontona la basura, donde nadie quiere acercarse. Algunas de las casas delante del muro están deshabitadas. Quién quiere mirar por la ventana y ver un muro de hormigón, una concertina, una valla de pinchos, donde antes estaba su jardín o la casa de su vecino.
Otras veces, el muro es un lugar sin salida, donde se amontona la basura, donde nadie quiere acercarse. Algunas de las casas delante del muro están deshabitadas. Quién quiere mirar por la ventana y ver un muro de hormigón, una concertina, una valla de pinchos, donde antes estaba su jardín o la casa de su vecino.
Caminando por Al Ram, Belén, o cualquier otra zona de Palestina junto al muro, de repente te encuentras una calle sin salida, el muro la atraviesa, corta el paso. Un muro en algunos casos de 16 metros de altura. 16 metros de hormigón armado coronado por una concertina de pinchos y una cámara cada diez pasos. A veces te topas con una gran puerta metálica, que no es precisamente una salida. A veces (casi siempre) el muro serpentea entre las casas, dividiendo sus jardines y puedes mirar hasta perderlo de vista, no se acaba. Imagínate mil kilómetros de un muro así.
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